viernes, 28 de octubre de 2011

Abad de Santillán: por qué perdimos la guerra

Dídac Abad de Santillán
Conseller d'Economia de la Generalitat de Catalunya (FAI)

"Por otra parte, situándonos por encima de los intereses de partido, de las aspiraciones individuales o colectivas de tendencia, quien será vencida en la guerra ha de ser España, cuya economía quedará deshecha, con unos millones menos de habitantes, muertos en la flor de la edad y del trabajo, con ruinas por doquier, con una semilla de odio en la sangre que lo envenenará todo durante muchas generaciones, en vasallaje político y económico".

"Si nosotros nos hubiésemos cruzado de brazos en julio de 1936, si hubiésemos obedecido las consignas del gobierno republicano, las recomendaciones idiotas de un Casares Quiroga, ministro de la guerra, habrían ido a parar nuestras cabezas al pelotón de ejecución, junto con las de los dirigentes republicanos y socialistas de todos los matices, pero la guerra no habría sido posible, porque la República no disponía de fuerzas para defenderse y la sublevación militar, clerical y monárquica había sido perfectamente andamiada en el país y en el extranjero.

Resumiremos, a través de este relato, tres de las causas fundamentales del desenlace antipopular y anti-español de nuestra guerra, de las que se derivan las demás causas secundarias, y procuraremos desentrañar cual habría debido ser nuestra conducta práctica para evitar la tragedia en la dimensión que se ha producido.

1º — La idiocia republicana, que encarnó, desde las esferas gubernativas de Madrid, la misma incomprensión de las monarquías habsburguesas y borbónicas ante las realidades populares y ante sentimientos regionales legítimos, como el de Cataluña, contra cuya iniciativa bélica y social se cuadró todo el aparato del Estado central, hasta reducir las inmensas posibilidades de esa región y entregarla, maltrecha y amargada, al fascismo.

Cataluña pudo ganar la guerra sola, en los primeros meses, con un poco de apoyo de parte del gobierno de Madrid, pero este tuvo siempre más temor a una España que escapase a las prescripciones de un pedazo de papel constitucional y ensayase nuevos rumbos económicos y políticos, que a un triunfo completo del enemigo.

2º — La política de no-intervención, propuesta y practicada por el gobierno socialistarepublicano de Francia desde la primera hora, aprobada después por Inglaterra, y convertida en el mejor instrumento para sofocarnos a nosotros, mientras se proporcionaban al enemigo, abiertamente, los hombres y el material de guerra necesarios para asegurarle el triunfo. Esa farsa siniestra de la no-intervención, en la que acabó de morir, y no lo lamentamos, la Sociedad de Naciones, supo sacrificarnos despiadadamente a nosotros, pero no ha logrado evitar que Francia e Inglaterra, principales animadoras de esa burla sangrienta, tengan que pagar las consecuencias en la guerra actual, con millones de sus hijos y el sacrificio de todas sus reservas económicas y financieras.

3º — Tan funesta como la no-intervención para la llamada España leal, fue la intervención rusa, que llegó varios meses después de iniciadas las operaciones; prometió vendernos material y, no obstante cobrarlo en oro, por adelantado, llegase o no llegase la carga a nuestros puertos, puso como condición de la supuesta ayuda la sumisión completa a sus disposiciones en el orden militar, en la política interior, en la política internacional, habiendo hecho de la España republicana una especie de colonia soviética. La intervención rusa, que no solucionó ningún problema vital desde el punto de vista del material, escaso, de pésima calidad, arbitrariamente distribuido, dando preferencia irritante a sus secuaces, corrompió a la burocracia republicana, comenzando por los hombres del gobierno, asumió la dirección del ejército, y desmoralizó de tal modo al pueblo que éste perdió poco a poco todo interés en la guerra, en una guerra que se había iniciado por decisión incontrovertible de la única soberanía legítima: la soberanía popular".

Diego Abad de Santillán



"Estas tres causas se pusieron de relieve ya desde los primeros tiempos de la guerra; las hemos reconocido como tales enseguida y hemos luchado por superarlas; hemos luchado por superar la incomprensión de lo catalán por parte de los hombres que detentaban el poder central; hemos clamado por una decisión digna frente a la farsa de la no intervención; hemos pedido una acción de defensa contra las usurpaciones de los rusos, sin haber logrado más que enemistades y aislamiento. Nos hemos quedado solos, mantenidos cuidadosamente al margen de toda actuación directa en la guerra, después de haber sido sus primeros puntos de apoyo; pero tenemos el orgullo de sentirnos libres de la responsabilidad personal y de organización en la catástrofe y en la política que nos llevó al desastre, y no podemos acusarnos de haber silenciado un sólo instante nuestra actitud. Cuanto ahora decimos en el extranjero, supervivientes del gran naufragio, lo hemos dicho, casi con las mismas palabras mientras era hora de aplicar remedio a los males denunciados, y no solo a través de las publicaciones, revistas, libros, folletos de partido, sino, directamente, al gobierno mismo y a sus órganos responsables.

En agosto de 1937 estaba bien clara la situación y no podíamos llamarnos ya a engaño. El gobierno Prieto-Negrin, hechura de los rusos, para responder a sus intereses comerciales y diplomáticos y no a los intereses de España, había marcado, con su política de guerra, internacional y nacional, el derrotero que nos había de llevar al sacrificio estéril de nuestro gran pueblo. No podíamos callar y escribimos un exabrupto: La guerra y la revolución en España. Notas preliminares para su historia, un pequeño volumen que ha merecido hasta los honores de los autosdafe. Se ha hecho una guerra feroz a ese libro, del cual solo algunos fragmentos aparecieron en la prensa obrera de los diversos países, y algunas ediciones no autorizadas. Se persiguió el libro, leído no obstante ampliamente, pero a nosotros no se nos ha querido pedir cuentas, a pesar de reiterar las mismas denuncias en otras publicaciones y cada vez con mayor insistencia. ¿Por qué no se nos ha procesado? Es verdad que, en cuanto al contenido de aquél grito desesperado para volver al buen camino, muy pocas rectificaciones de detalles secundarios eran posibles. Nosotros esperábamos un proceso para hablar más abiertamente todavía, pues, con todo, no olvidábamos que estábamos en guerra y que no podía ser ventajoso dar armas al enemigo; en un proceso, habríamos podido decir lo que callábamos. Se rehuyó toda medida contra nosotros, a pesar de no ejercer ningún cargo oficial y de no escatimar en nuestras apreciaciones críticas ni a los dirigentes de las propias organizaciones. Algunas voces generosas se atrevieron a pedir desde la prensa nuestra cabeza, trasunto de lo que se pedía en los conciliábulos de los cultores del moscovitismo. A eso se redujo todo".
"Si la sublevación militar de los generales ha desembocado en una gran guerra, se debe todo ello a nuestra intervención combativa. No fue la República la que supo y la que fue capaz de defenderse contra la agresión; fuimos nosotros los que, en defensa del pueblo, hemos hecho posible el mantenimiento de la República y la organización de la guerra. Y nosotros no éramos republicanos, ni lo hemos sido nunca. Lo mismo que la guerra de la independencia, que hizo volver a los Borbones indignos al trono de España, no tenía esa restauración por objetivo, sino la recuperación del ritmo histórico de nuestro pobre país, asi el aplastamiento por nosotros de la sublevación militar en vastas zonas de la Península, no tenía tampoco por finalidad la afirmación de una República que no merecía vivir, sino la defensa de un gran pueblo, que volvía por sus fueros y quería tomar en sus manos las riendas del propio destino. ¿Que la República nos ha pagado como Fernando VII pagó a los que le devolvieron el trono cobardemente entregado a Napoleón? Incluso en ese hecho vemos nuestra identificación con la causa de la verdadera España".

A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con José Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir del país. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros. Mientras toda la policía de la República no había, descubierto cuál era nuestra función en la F.A.I., lo supo Primo de Rivera, jefe de otra organización clandestina, la  Falange española. No hemos querido entonces, por razones de táctica consagrada entre nosotros, ninguna clase de relaciones. Ni siquiera tuvimos la cortesía de acusar recibo a la
documentación que nos hizo llegar para que conociésemos una parte de su pensamiento, asegurándonos que podía constituir base para una acción conjunta en favor de España.

Estallada la guerra, cayó prisionero y fue condenado a muerte y ejecutado. Anarquistas argentinos nos pidieron que intercediésemos para que ese hombre no fuese fusilado. No estaba en manos nuestras impedirlo, a causa de las relaciones tirantes que manteníamos con el gobierno central, pero hemos pensado entonces y seguimos pensando que fué un error de parte de la República el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera; españoles de esa talla, patriotas como él no son peligrosos, ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivindican a España y sostienen lo español aun desde campos opuestos, elegidos equivocadamente como los más adecuados a sus aspiraciones generosas. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera!
Había un sólo medio de convivencia de esas dos razas eventuales que pueblan nuestro territorio: la tolerancia: pero la tolerancia es, desde hace varios siglos, desde la introducción de la iglesia católica romana y la invasión de las monarquías extranjeras, un fenómeno desconocido e inaccesible al partido europeizante, de la Santa Alianza ayer, del fascismo y el comunismo hoy. La tolerancia, y la generosidad han estado mucho más en el temperamento español auténtico. Un historiador de nuestro siglo XIX han escrito: "En la reacción está vinculado entre nosotros el terror, que en otros países se ha repartido con la revolución; a la tiranía corresponde el privilegio de reacciones degradantes y atroces, indignas de toda nación que no esté sumida en la más repugnante barbarie: en España el triunfo de la libertad ha sido siempre una amnistía harto generosa".

"Pero no nos proponemos describir el 19 de julio en toda España. Lo que nos interesa destacar es que, sin el ejemplo de Barcelona y de Cataluña entera, los militares se habrían apoderado de todo y habrían impuesto la dictadura que ambicionaban en toda España, pues habían quedado con las guarniciones mejor nutridas, con casi todas las fábricas de pólvoras y cartuchos, y con los depósitos de Marruecos, que no debían tener menos de 60 millones de cartuchos al estallar la rebelión".

Diego Abad de Santillán

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